Un estudio revela cómo eran las semillas de los cuerpos sólidos del Sistema Solar: motas de polvo porosas y de pocos milímetros
4/3/2020 de IAA / The Astrophysical Journal Supplement Series
Sabemos que todos los cuerpos sólidos del universo, bien sean planetas, cometas o asteroides, se forman de pequeño a grande: minúsculas partículas de polvo se van agregando para dar lugar a objetos cada vez mayores. Pero, ¿cómo eran las semillas con las que comenzó el proceso, y que miles de millones de años después dieron lugar a la Luna, a Venus, o al suelo que pisamos? La respuesta puede hallarse en los cometas, que constituyen los objetos menos procesados del Sistema Solar y, por lo tanto, son testigos de cómo era la nebulosa primigenia. Ahora un estudio muestra que sus semillas eran partículas muy porosas y del tamaño de milímetros, un escenario distinto al contemplado hasta ahora.
“Las partículas de polvo se hallan presentes en escenarios tan diversos como el medio interestelar, las atmósferas planetarias, las colas de los cometas o los discos en torno a las estrellas jóvenes –apunta Olga Muñoz, investigadora del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC) que coordina el estudio–. Conocer las propiedades de estas partículas resulta esencial no solo para evaluar sus efectos, como el aumento o descenso de las temperaturas en el caso de la atmósfera terrestre, sino también para obtener información sobre la estructura y evolución de los objetos donde se encuentra. E, incluso, el polvo en ciertos entornos puede revelarnos la historia de la formación de los cuerpos rocosos”.
Y, en el Sistema Solar, los objetos que constituyen la clave para desentrañar esa historia son los cometas. Los núcleos cometarios se describen como bolas de polvo heladas y, desde su formación en los orígenes del Sistema Solar, han permanecido alejados de la radiación del Sol y a muy bajas temperaturas, de modo que el material que los compone apenas ha cambiado. De hecho, este carácter prístino de los cometas se confirmó gracias a la misión Rosetta (ESA), que acompañó al cometa 67P en su órbita alrededor del Sol y pudo estudiarlo in situ.
Hasta la fecha, los estudios experimentales sobre polvo cósmico trabajaban con partículas diminutas (desde menos de una micra hasta unas cien micras) y, para contrastar medidas, el Laboratorio de Polvo Cósmico del IAA se modificó en 2017 para estudiar partículas de hasta varios milímetros. El equipo probó con motas de polvo de distintos tamaños y características y encontró las idóneas, aquellas que conseguían reproducir tanto la señal de las observaciones desde tierra del cometa 67P como las de los instrumentos a bordo de Rosetta: partículas grandes, porosas, con forma achatada y con inclusiones de pocas micras.
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