La nebulosa de la Mantarraya, la más joven conocida, se apaga
4/12/2020 de Instituto de Astrofísica de Andalucía
El ciclo de vida de las estrellas maneja escalas de tiempo que pueden parecer eternas: una estrella tarda millones de años en nacer, y su etapa adulta se extiende miles de millones de años. Si se trata de una estrella de masa baja o intermedia, como el Sol, llegará un momento en el que, agotado el hidrógeno del núcleo que le sirve de combustible, se dilatará y expulsará sus capas externas; y estas, iluminadas por el núcleo estelar, darán lugar a una nebulosa planetaria. Se trata de objetos bellísimos, que se expanden al tiempo que atenúan su brillo para acabar difuminándose en varias decenas de miles de años. Pero un estudio revela algo inédito: en apenas dos décadas, la nebulosa de la Mantarraya se ha apagado.
La nebulosa de la Mantarraya, o Hen3-1357, fue presentada como la nebulosa planetaria más joven conocida en 1998: se calculó que el núcleo de la estrella central apenas llevaba veinte años produciendo la energía suficiente como para ionizar la envoltura de gas que se había formado a raíz de la expulsión de las capas externas. Los datos mostraban, además, que la estrella central se había calentado más rápidamente de lo esperado teniendo en cuenta su baja masa.
Su tamaño es equivalente a una décima parte de las dimensiones habituales de las nebulosas planetarias, pero las extravagancias de esta mantarraya cósmica no terminan ahí: ahora, un trabajo muestra que Hen3-1357 se ha desvanecido a lo largo de las últimas dos décadas, y que las capas de gas que rodean a la estrella central han perdido nitidez. «Son cambios dramáticos y extraños», apunta Martín A. Guerrero, investigador del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC) que participa en la misión. “Estamos presenciando la evolución de una nebulosa en tiempo real, y vemos variaciones en pocos años. Nunca habíamos visto esto de forma tan clara».
Los investigadores señalan que los rápidos cambios de la nebulosa son una respuesta a su estrella central, SAO 244567, cuya temperatura superficial se disparó hasta los 60.000 grados, diez veces la temperatura del Sol, en un breve periodo de tiempo entre 1971 y 2002. Desde entonces ha experimentado un descenso gradual hasta 22.000 grados, por lo que la estrella es incapaz de producir suficientes fotones para mantener ionizada la nebulosa.
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