En el V centenario del nacimiento de Jerónimo Muñoz
Jerónimo Muñoz es sin duda uno de los científicos y humanistas más destacados de la historia valenciana. Si el siglo XV fue la Edad de Oro de la literatura valenciana, con personalidades como Joan Rois de Corella, Ausiàs March, Joanot Martorell o Jaume Roig, puede decirse también que el siglo XVI lo fue de la medicina, el humanismo y la ciencia, con autores como los médicos Gaspar Torrella, Pere Pintor, Pere Jaume Esteve, Pere Jimeno, Lluís Collado, Miquel Jeroni Ledesma, Joan Plaza, Jaume Honorat Pomar, Llorenç Coçar, entre otros, a los que habría que sumar filósofos y lógicos como Joan de Salaya, divulgadores como Jeroni Cortés, tratadistas de álgebra como Marc Aurel, por no mencionar los que desarrollaron sus actividades fuera de Valencia, entre los que destaca sin duda en el campo del humanismo Lluís Vives; pero también habría que mencionar a los ingenieros de la familia Escrivà, y a filósofos como Benet Perera. En el campo de las matemáticas y la astronomía la figura más relevante fue sin duda Jeroni o Jerónimo Muñoz.
Muñoz nació en Valencia hacia 1520, en cuya universidad se graduó de bachiller en artes en 1537. Por entonces el Estudi General, fundado en 1499 y mantenido y regentado por la oligarquía municipal, comenzaba a destacar entre los centros docentes hispánicos. Contaba desde 1503 con una cátedra de matemáticas que durante algún tiempo se desdoblaría en dos. Muñoz viajó por Europa para completar su formación. Estudió en Paris con Oronce Finé en el Colegio de Francia y en Lovaina con Gemma Frisius, profesor de la Universidad que impartía lecciones privadas de matemáticas y astronomía. En Italia Muñoz fue profesor de hebreo en la Universidad de Ancona. Después de su regreso a Valencia, fue nombrado catedrático de hebreo (1563) del Estudi General y posteriormente unió a esta la cátedra de matemáticas, según consta en el Manual de Consells “atesa la qualitat de la persona del dit Mestre Munyos, per ser aquell molt senyalat y eminent en totes sciences, senyaladament en Matemàtiques y Ebraich”.
La constelación de Casiopea con la nova, en el tratado Dialexis de Thaddaeus Hagecius (1574).
Muñoz cultivó casi todas las ramas de las disciplinas matemáticas: aritmética, geometría, trigonometría, óptica y astronomía y sus aplicaciones, a saber, cartografía y geografía, náutica, topografía, y astrología. También se interesó por la balística, realizando experiencias de tiro en Salamanca. Aunque publicó pocas obras, se conservan manuscritos autógrafos o copias realizadas por discípulos suyos de todas estas materias. Además, tenía un gran dominio del hebreo y del griego y una excelente formación literaria y filosófica, por lo que su perfil como matemático se corresponde bien con los científicos-técnicos-humanistas del periodo renacentista que contribuyeron notablemente a crear las condiciones de posibilidad de la ciencia moderna y su emergencia. Entre sus contribuciones más destacadas figuran sus trabajos sobre la supernova de 1572.
Hace ahora justo 450 años, el 11 de noviembre de 1572, Tycho Brahe, un joven aristócrata danés apasionado por la astronomía, observó desde la abadía de Herrevad –hoy en territorio sueco–, una nueva estrella en la constelación de Casiopea. Brahe no fue el único en Europa que se quedó atónito ante aquella aparición estelar. En efecto, el fenómeno atrajo la atención de numerosos astrónomos, filósofos, teólogos y personas de toda condición. Esa misma noche del 11 de noviembre, unos pastores y calcineros de Torrent, acostumbrados a trabajar de noche y observar la bóveda celeste e identificar el patrón de W que forma la constelación de Casiopea, se sorprendieron al observar ese intruso celeste y alertaron de su presencia al catedrático de hebreo, matemáticas y astronomía del Estudi General, Jerónimo Muñoz. Poco después el rey Felipe II, ante la expectación que la nueva estrella había despertado en toda Europa, envió un emisario a Valencia requiriendo a Muñoz para que informara sobre el fenómeno astronómico, sus observaciones y su interpretación.
Pero, ¿qué era ese objeto que tanto llamó la atención y despertó tanta inquietud en aquella época en la que persistían las creencias astrológicas y en el ámbito filosófico-cosmológico predominaban las ideas cosmológicas aristotélico-escolásticas. En 1945, el astrónomo americano Walter Baade, estudiando las observaciones de Tycho Brahe y de algunos de sus coetáneos, llegó a la conclusión de que se trataba de una supernova. En octubre de 2004, la prestigiosa revista británica Nature publicaba un trabajo de la Dra. Pilar Ruiz Lapuente de la Universidad de Barcelona y su equipo en el que identificaron la estrella compañera de la enana blanca que explotó como supernova. Tycho G, que es como se llama, ha sido detectada utilizando varios telescopios en todo el mundo y en particular, el telescopio William Herschell de 4,2 metros de diámetro, en el Roque de los Muchachos, en la isla de la Palma. Se trata de una estrella similar al Sol, aunque con un radio 3 veces mayor. Todo ello refuerza la hipótesis de que el sistema binario explotó como una supernova de tipo Ia. Y gracias a la observación de este tipo de supernovas los cosmólogos han deducido que el Universo no sólo está en expansión, sino que lo hace de forma acelerada.
Imagen del remanente de la explosión de la supernova de 1572 tomada en 2003 por el telescopio espacial en rayos X Chandra. Crédito: NASA/CXC/Rutgers/J.Warren & J.Hughes et al.
Jerónimo Muñoz, como respuesta a la petición del rey y a otras peticiones publicó un tratado sobre la estrella nueva titulado “Libro del Nuevo Cometa, y del lugar donde se hazen; y como se verá por las Parallaxes, quán lexos están de tierra…”. Era difícil en círculos académicos y escolásticos discutir la concepción aristotélico-escolástica de los cielos que los hacía inmaculados e inmutables. Pero la aparición de una nueva estrella en el cielo y su progresiva desaparición parecían contradecir esa concepción. El brillo de la supernova alcanzó rápidamente su máximo a mediados de noviembre de 1572, para disminuir paulatinamente hasta perderse completamente de vista en marzo de 1574. Desde Aristóteles se pensaba que cambios así solo podrían darse en la región sublunar (dada la concepción geocéntrica del cosmos): nada podía cambiar en la región más allá de la Luna. Por lo tanto, la estrella nueva, o era un fenómeno propio de la región sublunar, o claramente ponía en entredicho la naturaleza inmutable del cielo, aceptada durante siglos.
Muñoz compartía la idea de algunos filósofos de la Antigüedad greco-romana y contemporáneos suyos de que los cometas eran propios del cielo y no meteoros de la atmósfera. Como además quería explicar la aparición de la supernova por causas naturales, prefirió considerarla un cometa y no una nueva estrella de aparición sobrenatural como hicieron otros varios autores, incluido Tycho Brahe. No obstante, Muñoz no dejó de señalar que “En ningún autor hallo cometa semejante a este, el cual más parece estrella que cometa”, “hasta ahora ha guardado inviolablemente las leyes de movimiento del primer móvil, como si fuera una estrella fija”.
Las observaciones de Jerónimo Muñoz fueron recogidas y comentadas elogiosamente por destacados astrónomos, entre ellos por el gran astrónomo danés Tycho Brahe ya mencionado y por Thaddaeus Hagecius, médico y astrónomo del emperador Rodolfo II en Praga. Además, el libro de Muñoz sobre la nueva estrella fue traducido al francés. Así, con sus observaciones y obras Muñoz intervino en los debates astronómico-cosmológicos, en la reestructuración del saber y en la crisis de la cosmología tradicional.
Junto a sus enseñanzas en la universidad, Muñoz llevó a cabo actividades relacionadas con la técnica como asesor o experto, realizando trabajos de agrimensura, hidráulica y cartografía. El mapa del Reino de Valencia publicado por Abraham Ortelio (1584/85) se realizó a partir de los trabajos de Muñoz, que también llevó a cabo una Descripción y censo del Reino y participó como cartógrafo en la delimitación de fronteras entre las coronas de Aragón y Castilla.
Mapa del Reino de Valencia de Abraham Ortelio (1584/85) basado en los trabajos de Muñoz.
En 1578 Muñoz se trasladó a Salamanca en cuya Universidad ocupó las cátedras de hebreo y matemáticas hasta su muerte en 1591. En Salamanca formó a un buen conjunto de destacados cosmógrafos y matemáticos.
Jerónimo Muñoz practicaba también lo que hoy llamaríamos divulgación científica, como él mismo atestigua en el Libro del Nuevo Cometa: “Soy cierto que el segundo día de Noviembre de 1572 no estaba este cometa en el cielo, ya que ocurre que más de una hora y media después de las seis de la tarde, enseñé en Onteniente a muchas personas públicamente, a conocer las estrellas…” Como astrónomo, Muñoz afirmó con claridad la competencia de esta disciplina para discutir cuestiones cosmológicas o de filosofía natural e insistía en que en las “cosas que pueden demostrarse no hay que dar crédito a nadie.” Este hecho le produjo tensiones con el poder político y eclesiástico, ya que muchos, por el crédito que concedían a las doctrinas establecidas, “no han podido entender lo que con sus ojos pudieran ver”, como decía Muñoz, recordándonos a Tycho Brahe, cuando en el prefacio de De nova stella se dirige a sus detractores de modo semejante: “O crassa ingenia. O caecos coeli spectatores” (“Oh mentes espesas. Oh observadores ciegos del cielo”).
La Universitat de València ha decidido acertadamente, a propuesta de los firmantes de este artículo, celebrar con diferentes actividades el V centenario del nacimiento de Jerónimo Muñoz, celebración a la que deberían unirse otras instituciones valencianas.
Víctor Navarro Brotons y Vicent J. Martínez, catedráticos de la Universitat de València.