El origen de la «maldición de la Luna», revelado por un eclipse
12/2/2014 de UC San Diego
Durante mucho tiempo se ha asociado sucesos extraños a las noches de luna llena, aunque un estudio escrupuloso rechaza cualquier relación. Así que cuando las señales que rebotan en la superficie lunar devolvían ecos sorprendentemente débiles en las noches de luna llena, los científicos buscaron una explicación en lugar de quedarse con la superstición. Aunque el indicio más claro llegó durante un suceso que en tiempos evocaba temores irracionales, en una noche en la que la sombra de la Tierra eclipsó la luna llena.
Tom Murphy, un físico de UC San Diego es uno de los científicos que ha apuntado haces láser a reflectores del tamaño de maletas colocados en la luna por astronautas de las misiones Apollo y rovers soviéticos no tripulados. Cronometrando de forma precisa el tiempo que tarda en regresar la luz a la Tierra, Murphy puede medir la distancia desde aquí a la luna con precisión de milímetros.
Con el tiempo, las señales devueltas por los reflectores, ya débiles por sí mismas, se habían debilitado. El proyecto que Murphy dirige en el observatorio de Apache Point en New Mexico envía pulsos de haz láser de 100 mil billones de fotones de los cuales, en promedio, regresa un solo fotón solitario – si es que llega alguno. La atmósfera de la Tierra desvía algunos fotones de su objetivo de modo que chocan contra el suelo lunar, y los reflectores difractan ligeramente el haz, así que la mayoría no aciertan en el telescopio cuando regresan.
Pero incluso teniendo en cuenta estas pérdidas, el equipo de Murphy registra diez veces menos fotones de lo que esperaban. Y en noches de luna llena es incluso peor, cayendo a sólo un 1 por ciento de lo predicho. Otros observatorios directamente son incapaces de detectar ninguna señal de retorno en noches de luna llena.
Los prismas de los reflectores sólo son iluminados completamente cuando el Sol brilla directamente sobre ellos. Como miran hacia la Tierra, esto sólo ocurre en noches de luna llena. Cuando sucede, el polvo oscuro del regolito lunar se calienta, creando un gradiente térmico entre la superficie y el fondo de los prismas. Esto degrada su respuesta al alterar el índice de refracción, convirtiendo el prisma en una lente y haciendo que la luz devuelta diverja, con lo que todavía menos fotones vuelven al telescopio.
Durante un eclipse lunar Murphy pudo comprobar esta teoría. Durante cinco horas y media, dispararon láseres a los tres conjuntos de reflectores Apollo y un cuarto montado sobre un rover soviético mientras el límite de la sombra de la Tierra pasaba por encima de cada uno y cuando volvían a quedar uno a uno a pleno sol. Tal como esperaban, observaron un incremento en un orden de magnitud en el funcionamiento de los reflectores cuando la luz celeste desapareció, obteniéndose los niveles de señal que observan en otras noches.